Por Virgilio Cantero
El modelo de racionalidad occidental ha pasado a lo largo de los siglos por una serie de crisis que han socavado o cuestionado sus fundamentos. Las dos guerras mundiales del siglo pasado terminaron destruyendo una perspectiva optimista sobre el desarrollo de la humanidad de la mano de la razón en general y de la ciencia en particular, ya que las conflagraciones significaron todo lo opuesto al credo de una fe racional.
La modernidad ha instalado la idea de un eterno progreso en el porvenir humano y a pesar de que tal postura quedó muy desacreditada tras las barbaridades más que nada de la Segunda Guerra Mundial, (con una serie de violencias bélicas inauditas, además de un sistemático y racional plan de exterminio étnico) permaneciendo en los últimos setenta años, un optimismo moderado que fue acrecentando con un sistema jurídico “universal” de protección de los Derechos Humanos, el fin de la guerra fría (y sus bloques), el desarrollo de la informática, internet y un amplio acceso a la información.
Este optimismo moderado tiene como marco referencial al capitalismo y su impronta económica como factor fundamental lo que genera una convicción y apuesta racional por el sistema que es funcional y en gran medida satisface las expectativas y necesidades del ciudadano promedio.
Con la pandemia, sin embargo, los presupuestos fundamentales del capitalismo evidenciaron su fragilidad dada en la imposibilidad, por ejemplo, de producir y dar acceso a cosas tan básicas como el alcohol en gel y los tapabocas y ni qué decir de los equipamientos biomédicos con estándares más exigentes, sumado a esto la automática especulación en torno al costo y una especie de abroquelamiento de los países más ricos en cuanto acaparamiento de los insumos a través de confiscaciones legales que rayan el robo.
El desarrollo de la vacuna dentro de la maquinaria capitalista es una victoria de la razón desde la ciencia médica pero también una derrota en cuanto a la privatización de las patentes y por supuesto comercialización de los resultados obtenido, gracias, en alto porcentaje al dinero público desembolsado desde los diversos gobiernos.
Pero posiblemente y más allá de lo sanitario, la pandemia causó daños profundos y con resultados aún difíciles de estimar, al exacerbar las posturas negacionistas en un amplio espectro de repertorio, siendo, nuevamente la razón y la ciencia los principales afectados, esta vez ya no por la crisis de sus presupuestos sino por un irracional rechazo orquestado desde gobiernos y voceros de la extrema derecha.
La ciencia con su método y técnica, conviene aclarar, ha sufrido un secuestro del capitalismo y como tal ha generado una serie de dudas en cuanto a su utilización en provecho del capital y en ese sentido ocultándose factores útiles pero no lucrativos, en este aspecto, en torno a las farmacéuticas existen sospechas y dudas genuinas que en el marco de la pandemia encontraron portavoces alejados de todo criterio racional reduciéndose en una especie de saber perverso enfocado en destruir la humanidad.
Esta confusión, duda y miedo ha ocultado, sin embargo necropolitics y corrupción de gobiernos de derecha a escala mundial, donde de manera agrede se aplican políticas eugenésicas camufladas que van desde las más elaboradas ideas de una inmunización de rebaño hasta el tratamiento “preventivo” con vermífugo, por ejemplo, en el caso brasilero, de la mano de un ministro de salud, militar condecorado, pero sin ninguna experiencia en el área.
Los expertos estiman que en diez años el virus del Covid 19 no tendrá mayor trascendencia que una gripe común, habría que ver la suerte que corre el prestigio de la razón y la ciencia, si ésta llega a recuperarse y fortalecerse o por el contrario es el inicio del reinado de la sinrazón donde portavoces como Trump o Bolsonaro suman nuevos adherentes en una humanidad cuyo criterio racional parece agotarse en los motores de búsqueda, las predicciones algorítmicas y el deseo consumista.