“Un escenario urbano dantesco en donde la crueldad sin límites y las calamidades propias de la guerra se sumaron al hambre y la peste, eso fue Piribebuy cuando caía siendo capital”. Así arranca la descripción de aquel fatídico día por parte del historiador.
En Piribebuy, convertida en aquel entonces en capital de la República fue en donde se dió la única batalla urbana de toda la guerra.
La defensa de esta “plaza” se encomendó al Teniente Coronel Pedro Pablo Caballero con un efectivo de 1.600 hombres, ancianos, mujeres y niños, contra el grueso del ejército sitiador que había llegado a completar una maniobra envolvente pasando por Paraguarí, Mbopi Cua y Valenzuela en el desfiladero de Sapucái con más de 21 mil hombres de las tres armas y 47 piezas de artillería.
Antecedentes
Después de la derrota en lomas valentinas (Itá Ybaté), el Mariscal López logró reorganizar lo que quedaba de sus tropas y atrincherarse en sus bases de la cordillera, por una parte estaba el campamento de Azcurra en las proximidades del cerro Caacupe que fue elegido para la defensa de sus raleadas fuerzas frente a estas estaban apostadas las fuerzas del ejército argentino al mando de Emilio Mitre obligando a mantener su posición, evitando así acudir en ayuda o reforzar la posición de Piribebuy.
Por otra parte estaba la ciudad de Piribebuy, que para ese entonces ya había sido declarada como capital del país; en donde se asentaban el Estado Mayor, el Archivo Nacional, la última imprenta del país; el periódico “Estrella” y el Hospital de Sangre.
Incluso allí residían hasta antes de la llegada del ejército brasileño el Vice-presidente Sánchez, Elisa Lynch con sus hijos y hasta el propio General Martin McMahon, ministro de EE.UU en Paraguay.
Desde antes de la ocupación de Asunción por parte de los aliados, Paraguay fue trasladando su capital primeramente a Luque, conocida por ser la segunda capital y luego a Piribebuy, conocida por ser la tercera.
Esta última fue sitiada por el grueso del Ejército imperial, tres días antes de la batalla y ante la inminente llegada del ejército imperial, el Coronel Caballero ordena que las familias y los civiles abandonen la posición, para que se puedan esconder en los bosques para evitar ser víctimas de la terrible batalla que tendría lugar, la mayoría se negó a evacuar dejando este sin efecto la orden.
La batalla
Recibida la intimación un día antes de las poderosas fuerzas atacantes y siendo ésta rechazada, se presentó batalla luego de soportar un bombardeo de cuatro horas llevado a cabo por el coronel Mallet quien contaba con 47 piezas de artillería, tomaron parte en la batalla el propio Conde D’Eu, el general Joâo Manuel Mena Barreto, el general Vitorino y el general Correa da Cámara.
Los artilleros paraguayos luego de agotar las pocas balas que tenían y con pólvora de sobra, cargaron los cañones con una cantidad variada de municiones que incluía vidrios rotos, piedras pequeñas, restos de vasijas de cerámica, cubiertos e instrumentos de metal y hasta cocos (frutos de mbokaja).
En Piribebuy peleó hasta el último defensor, desde las casas, los arroyos y hasta dentro de la mismísima Iglesia de Piribebuy.
“En las trincheras la lucha fue cruel y desigual, sus defensores lucharon con ferocidad con lo poco que tenían; hasta las mujeres defendían la plaza, armadas con botellas rotas, palos y tacuaras afiladas, piedras e inclusivo agua hirviendo…”, cuenta el entendido en la historia paraguaya.
Luego de la encarnizada defensa por un espacio de cinco horas en las que se vivieron auténticos episodios de entrega y patriotismo se produjo la ocupación, en diferentes sectores de la plaza se habían rechazado dos o tres embestidas enemigas, sucumbiendo en ellas los dos tercios de los defensores.
En las últimas acciones de la lucha fue muerto de un balazo el general brasileño João Manuel Mena Barreto, comandante en jefe del 2º cuerpo de las tropas imperiales.
Este episodio tuvo consecuencias desmedidas e impropias de parte del ejército brasileño: la muerte del jefe de plaza coronel Caballero se daba en presencia de su familia, quien fue primeramente degollado yendo su cabeza a parar a los pies de su esposa, seguidamente su cuerpo fue desmembrado atado a 4 caballos, acto seguido la ejecución de la mayoría de los prisioneros entre ellos el jefe político de la sitiada población el ciudadano Patricio Mareco, seguido de la quema del Hospital de Sangre donde perecieron carbonizados casi todos sus ocupantes, unas 600 personas incluido el personal de sanidad.
Todas estas acciones fueron ordenadas directamente por el conde Gastón de Orleans quien no contento siguió averiguando dónde había más gente con vida, cuando supo de la existencia de un alto oficial herido, el maestro guaireño Fermín López de avanzada edad, jefe del batallón de niños y muchachos soldados de entre 12 y 14 años que defendieron la zona del reducto escuela en la ciudad a quien también mandó degollar con sus dos últimos alumnos sobrevivientes a su lado.
Una sargenta paraguaya, la Sargenta Cándida Cristaldo, recuerda haber visto en un extremo de la plaza, el cadáver de una madre aun con su criatura en brazos, que dulcemente seguía mamando de sus senos.
Un grupo de mujeres fueron formadas en fila para comenzar un bárbaro sistema de ejecución: luego de arrancar los senos femeninos de un tajo con una filosa bayoneta, otro lanzaba un lanzazo mortal.
En ese instante, como si fuese por un milagro de un Dios harto de tanta barbarie, apareció a caballo un oficial brasileño impetuosamente uniformado con un entorchado dorado que brillaba al sol, éste ordenó que inmediatamente parara esa inhumana ejecución.
Así pudieron salvar sus vidas Cándida Cristaldo y otro grupo de 5 mujeres. Este último relato fue emitido por Luciano Cristaldo a sus 72 años, quien fuera sobrino de la sargento, el 15 de julio de 1982.
“El Archivo Nacional de la República que había sido traído desde Asunción, fue sacado a la calle y gran cantidad de documentos históricos fueron quemados en la plaza. El remanente fue llevado a Brasil y devuelto en parte en 1981”, finaliza Sánchez respecto a esta historia de valor y resistencia guaraní.
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