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La madrugada en que cayó el tiranosaurio: a 32 años del golpe de estado

Para empezar esta crónica, hay que contextualizar qué era el Paraguay a fines de los años 80. Roa Bastos (otra víctima del régimen) alguna vez declaró que nuestro país era una isla rodeada de tierra. No estaba equivocado. El final del siglo XX se acercaba lentamente, y los gobiernos de naturaleza militar iban quedando desfasados de manera lenta pero segura en toda la región. La persecución a los comunistas (tarea que nuestro país se tomó muy en serio) dejaba de tener sentido (si es que alguna vez la tuvo) cuando la potencia de occidente ganó la Guerra Fría en aquellos años. Se respiraba otro aire, uno con fragancia a libertad, a democracia. Algo que contrastaba con lo que se vivía en el corazón de América del sur.

Nacido en Encarnación en 1912, hijo de un inmigrante alemán, Alfredo Stroessner Matiauda ingresó muy joven en el Ejército paraguayo y participó en la guerra contra Bolivia en 1932. El general Rafael Franco, héroe del Chaco, una vez aceptó en 1972 una invitación del dictador para un encuentro en el Palacio de los López. Había llegado puntualmente, pero el presidente no estaba en el lugar. Lo esperó 10 minutos y se marchó. Cuando lo encontraron, fue tajante: “Qué se cree ese dictador para hacerme esperar a mí. Yo estaba cruzando el río Parapiti cuando él estaba cebando mate en la retaguardia”. Esta anécdota del héroe de Saveedra, Gondra, Campo Vía, Charagua y otras batallas es más extensa y lo retomaremos en otra nota; mientras tanto, retomaremos la historia del excelentísimo Señor General de Ejército.

A días de ser ascendido a general de División en 1954, encabezó un golpe de Estado contra Federico Chávez, el presidente constitucional de aquellos años. Una vez en el poder y al frente de la Asociación Nacional Republicana, purgó el partido encarcelando o enviando al exilio a quienes suponía rivales y estableció un sistema de elecciones fraudulentas que le permitió ser reelegido en siete ocasiones. 

Además, decretó el estado de emergencia en el país, que estaría vigente de forma casi permanente durante todo su mandato. En 1977 Stroessner ordenó que se aprobara una enmienda constitucional que le permitía convertirse en presidente vitalicio de Paraguay.

El stronismo empezó a debilitarse en la década de los ochenta. Una gran crisis económica alcanzó al país, y el descontento no solo creció entre la población sino en el seno del Partido Colorado y las Fuerzas Armadas, cuyos miembros empezaron a ver disminuir los ingresos que les llegaban gracias a la corrupción. 

En 1984 se hizo visible la primera fisura dentro del engranaje de poder de Stroessner: propuso como vicepresidente del partido a uno de sus seguidores más fieles, Mario Abdo Benítez, secretario privado del dictador y padre del actual presidente. El nombramiento causó ronchas y por primera vez se hizo público el descontento de la A.N.R. 

La fractura colorada coincidió con posiciones cada vez más tibias de Estados Unidos hacia el gobierno. En 1985 el presidente Ronald Reagan se refirió a Paraguay como una “dictadura”: el apoyo al dictador era cada vez más difícil de justificar en un contexto de lucha abierta contra los Gobiernos de Cuba y Nicaragua bajo la bandera de la democracia.

Quizás un punto de inflexión en la gente fue la recordada venida del papa Juan Pablo II en 1988. La Iglesia en ese momento estaba siendo atacada fuertemente por el Gobierno y y su llegada fue pieza fundamental para frenar a la dictadura. El papa visitaba por primera vez un país católico, en un contexto de asesinatos, desapariciones, torturas y detenciones políticas. Por eso venía con una misión clara, y no tenía intención de retroceder un milímetro de su objetivo. 

En el Palacio de López pronunció fuertes críticas en defensa de los obispos y cristianos paraguayos perseguidos, y dejó un frase que retumbó en el tirano y su séquito de seguidores: “No se puede arrinconar a la Iglesia en sus templos, como no se puede arrinconar a Dios en la conciencia de los hombres”.

Aquella visita llegó con esperanza para un pueblo golpeado y oprimido por la dictadura. que incluso quiso reprimir el encuentro del Papa con los sectores sociales.

“Gran parte de las FF.AA de aquel entonces, mucho antes de febrero hemos decidido conformar una gran fuerza para traer al pueblo paraguayo la libertad y la democracia tan largamente anhelada…” recordaba en una entrevista el Gral. Andrés Rodriguez, su consuegro y hasta entonces mano derecha, respecto a lo que se venía.

De forma estratégica el golpe empezó a planearse en las mismas narices del dictador. Altos oficiales empezaron a trabajar en silencio pero de manera eficaz. Mientras tanto, en la gente, el descontento no paraba de crecer. El país sumido en un aislamiento regional y el manoseo descarado del poder llevó las cosas a una fecha límite: El 3 de febrero de 1989.

Las circunstancias hicieron que la actividad comience en la noche del día anterior, el 2 de febrero. Todo el ejército implicado en la misión, sabían de la gravedad de lo que estarían por realizar: si algo salía mal en el golpe, el paredón de fusilamiento era el destino final para todos y cada uno de ellos.

En la tarde del 2, el dictador se encontraba en la residencia de un amigo y colaborador leal suyo, el coronel Feliciano Manito Duarte. En medio de un juego de cartas, una llamada llegó para el: Avisaban que posiblemente iba a ser traicionado horas más tarde por Rodriguez. 

Molesto por la interrupción del juego, Stroessner desestimó la alerta. “¡Vamos a dejar de lado esos disparates! ¡Yo ya hablé con Rodríguez y todo está bien!” exclamó Stroessner, cortó la llamada y volvió a sentarse a la mesa, dispuesto a seguir jugando.

La noche caía, y en la fecha la ciudad de Itá celebraba su fiesta patronal con dos conciertos de sus principales clubes sociales, que rivalizaban con la actuación de grandes artistas internacionales: En el Olimpia de Itá actuaba el cantante mexicano Luis Miguel, mientras que en el Sportivo Iteño lo hacía el argentino Sergio Denis.

La información señalaba que el dictador fue a la casa de su ex pareja Ñata Legal. A las 21.00, finalmente las tropas embarcaron en dos camiones del Servicio Agropecuario, un transganado y otro granelero. Tenían que llegar a la casa de Ñata, atropellar y derribar el portón trasero e ingresar disparando, pero los camiones pasaron de largo la calle en que debían ingresar. “Falta de reconocimiento” exclamaron los soldados.

Tras un fuerte intercambio de disparos con los soldados que eran parte de la guardia habitual de Ñata, se decidió la retirada. Después se supo que Stroessner se había escapado del lugar minutos antes del ataque, dirigiéndose al Batallón Escolta Presidencial, donde buscó refugio.

Hasta el último momento, “Tembelo” no creía que el Gral. Rodríguez estaba detrás de todo lo que estaba sucediendo. Su chofer Pedro Miranda recuerda: “El decía que no podía ser el, que seguramente él estaba preso en algún lado. Que por favor le digan al Gral. Lino Oviedo que lo vaya a rescatar a cualquier precio.” Pero Lino’o tenía otros planes…

En el centro de la capital, caos total. Soldados afines al gobierno y golpistas sorteaban balazos en aquella madrugada. Las principales radios del país pasaban la proclama del Gral. Rodriguez para alertar de la situación.

Aproximadamente a las 4 de la madrugada, Stroessner presentó su rendición por medio del general Ruiz Diaz. Tomó la capitulación el general Lino Cesar Oviedo, quien lo intimó y lo invitó a subirse a un vehículo resguardado por dos tanques, uno en frente y otro atrás. Cuando subió al automóvil, Oviedo advirtió al chofer que si intentaba cualquier cosa inesperada, volaría todo en pedazos por una granada que sostenía en la mano. Además, el tanque trasero, tenía la orden de disparar al vehículo en caso de que notase alguna irregularidad. La clave era cumplir la misión.

Llegó la mañana del 3 de febrero. Por medio de las emisoras, Rodriguez anuncia: “El Gral. Stroessner se ha rendido…”. Las calles del país se llenaron de ciudadanos eufóricos y en hermandad. La democracia había empezado. Días después, el tirano tomó un vuelo a Brasilia para nunca más volver.

A 32 años de la caída del tiranosaurio, el cáncer del stronismo sigue dejando secuelas en nuestro país. Sus hijos aprovecharon la debilidad de las instituciones para adaptarse a los nuevos tiempos que venían. Incluso el hijo del círculo principal del dictador sigue glorificando el régimen de un tirano en donde se cometieron múltiples violaciones a los derechos humanos, tales como arrestos arbitrarios, torturas y desapariciones forzadas. 

Un gran artista argentino, Charly García, en el contexto de la dictadura de su país, cantó: “Los amigos del barrio pueden desaparecer… pero los dinosaurios van a desaparecer”. Luego de tanto tiempo, la esperanza por ello sigue intacta.

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