“Desde muy chico tuvo inclinación musical y hacia el arte. Estudió dibujo, dibujaba muy bien y también tenía un talento innato para la actuación” cuenta Stella. “Y desde muy joven también andaba detrás de los Aftermads [orquesta bailable que tuvo mucho éxito en los años 70], por ejemplo. Dos de los guitarristas eran sus amigos de infancia, entonces siempre los seguía. Pero como era muy chico, menor que ellos, tenía que escaparse de su casa. Hacía que dormía gua’u y después se escapaba e iba a escucharles (risas). Amaba la música y siempre estaba detrás de la música”.
El inicio temprano en la batalla musical
Ernesto empezó a trabajar a la edad de 11 años. “Su tío era amigo del dueño de una disquería en Asunción”, recuerda Stella, “y como tanto le gustaba la música, él pensó que iba a ir a la tienda a poner música, y le dijo a su tío que le hable al dueño para trabajar ahí. Y consiguió el trabajo, a los 11 años: le hicieron limpiar, repasar y después le hacían poner música (risas)”.
Más adelante, tuvo otros trabajos y empezó a estudiar batería con Nene Barreto. De ahí en más, comprarse una batería se convirtió en su objetivo principal, su sueño. “Hasta que a los veinte y pocos años, fue a Citibank a sacar un préstamo para por fin comprarse su bendita batería, y de ahí no paró”, rememora Stella. Era un instrumento de la marca Roger, que hasta ahora se encuentra en posesión de la familia y que tienen intenciones de restaurar. “De hecho, el tambor Roger usa Marcelo [su hijo, que también es baterista], hace poco mandó a hacerle un mantenimiento”.
Larga y diversa trayectoria
Soler supo hacer parte de incontables grupos en su largo historial. Uno de los más destacados fue Amalgama, banda de rock que tuvo destacada trayectoria en los años 80. Fue también músico estable del Hotel Excelsior y del Yacht y Golf Club y trabajó como sesionista en varios programas televisivos, como Pelusa Ya (en Canal 9) y Tirá Para Arriba, con Bibi Landó.
“Fuimos también pioneros del servicio de Backline [provisión de batería y otros instrumentos para eventos]”, recuerda Stella Cheblis, quién lo acompañaba constantemente en el trabajo, sea como productora, mayutera o lo que fuera necesario. “En los 90, éramos los únicos que hacíamos eso, a todos los grupos que venían de afuera, nosotros les poníamos el backline”. De esta manera, Ernesto y Stella estuvieron presentes en abundantes eventos en los años 90 y los 2000.
Los trabajos más recientes de Ernesto fueron con el grupo Kaiobá (de quien era director) y con Kabala, conjuntos de música bailable con los cuales se presentaba en diversos acontecimientos sociales. También participó como percusionista invitado con bandas como Kita Pena, Pipa Para Tabaco y Paiko.
Ernesto, el perfeccionista
“Ernesto, como buen amante de la música, era un perfeccionista”, describe Stella. “Se exigía mucho y exigía mucho a los demás. En el escenario, siempre decía ‘Acá no somos amigos. Nos bajamos y ahí sí, pero sobre el escenario somos profesionales’. Era muy exigente, y famoso los perros por eso le tildaban de mbore, pero lo que él quería era que el cliente y la gente salgan satisfechos y felices. Su trabajo debía ser perfecto”.
Stella Cheblis también relata que Soler llegó a tener varios almunos de batería, pero talvez como síntoma de su perfeccionismo, nunca se dedicó plenamente a la docencia. “Tuvo algunos alumnos, pero no se moría por eso, no le fascinaba mucho. A veces no tenía paciencia con alguno y le decía ‘no mi hijo, andá nomás dedícate a otra cosa porque esto es de balde, no vas a poder tocar y yo no te voy a sacar plata’ (risas). Más bien le enseñaba a alguno con el que pegaba onda”.
Uno de esos alumnos con los que ‘pegó onda’ fue por ejemplo, Waldo Colmán, músico que llegó a tocar con bandas como Nhandei Zha, Capitán Kafka, Vecindad Autopsia, El Perro Adalberto y muchas otras. “Waldo no sabía tocar, y Ernesto le decía ‘no tocás, pero vas a tocar’”, rememora Stella.
Otra anécdota que da cuenta del perfeccionismo de Soler data de cuando su hijo Marcelo estaba dando sus primeros pasos en la batería: “Marcelito tenía 11 o 12 años, y se empezó a juntar con amigos ahí en el fondo de la casa a tocar, donde estaban los instrumentos. Ernesto les escuchó dos o tres veces, y un día entró y dijo “Bueno, vayan toditos a su casa. Cuando aprendan a tocar vengan otra vez (risas)”.
Los hijos y el legado musical
“La batería era como un juguete, sus hijos mamaron de eso. Se despertaban y veían la batería” dice Stella refiriéndose a Ariel y Marcelo, los dos hijos de ella y Ernesto que también son músicos y hasta hoy en día viven enteramente de la música. “Los dos desde chiquititos ya salieron a tocar por la calle”. Ariel es DJ, productor y también ha sido baterista de la banda Faro de Fusca, entre varios otros proyectos. Marcelo, por su parte, tiene una larga trayectoria como baterista: ha tocado en Pipa Para Tabaco, Ese Ka’a, Salamandra, Kachiporros y muchas otras bandas, además de también desempeñarse como productor.
Ernesto vivió prácticamente toda su vida de la música. Llegar a esto, de por sí, ya constituye un gran logro, y que los hijos sigan el mismo camino y también lo consigan, aún más. “Les dejamos ser”, cierra Stella. “Lo único que yo les decía era ‘ustedes pueden ser lo que quieran, pero sean buenos. No sean uno más del montón’”.