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Yo quiero mi pedazo

Por Victor Ocampos.

En un super interesante libro llamado Freakonomics, Stephen Dubner y Steven Levitt nos explican que:

“La economía parte de la base del estudio de los incentivos: cómo obtienen las personas lo que desean, o necesitan, especialmente cuando otros desean o necesitan lo mismo. A los economistas les encantan los incentivos. Les encanta idearlos e introducirlos, estudiarlos y retocarlos. El economista típico cree que el mundo aún no ha inventado un problema que él no sea capaz de resolver si se le da carta blanca para idear el plan de incentivos apropiado. Su solución quizá no siempre resulta agradable” (Dubner & Levitt, 2005).

Cuentan un caso de una escuela del Kindergarten en Israel donde en promedio unos 10 padres siempre llegaban más de 10 minutos tarde a recoger a sus hijos a lo que para resolver ese pequeño problema se recurrió al economista quien luego de analizar por unas semanas la situación consideró que el problema era de incentivos, entonces decidieron aplicar una multa de 3 dólares a cada padre que se atrase más de diez minutos, con ello además de generar el incentivo a no atrasarse, se recaudaría unos 380 dólares mensuales en multas, un proyecto fantástico, no obstante, una vez introducido el sistema de incentivos, los resultados eran desastrosos, cada vez más padres se atrasaban y cada vez por más tiempo. ¿Qué es lo que ocurrió? Pues ahora el atraso tenía un precio, y por coste de oportunidad, generaron incentivos al atraso ya que la multa era marginalmente inferior al beneficio que se obtenía al no necesitar correr para no atrasarse. En fin, esto es solo un ejemplo de cómo funcionamos. Pero avancemos un poco más, ya que mi objetivo es explicar algo un poquito más amplio.

Según la RAE, un impuesto es un tributo exigido sin contraprestación en virtud de la capacidad económica puesta de manifiesto por el contribuyente, como consecuencia de determinados hechos, actos o negocios jurídicos previstos en el hecho imponible delimitado por la ley. Pero si lo observamos desde la perspectiva puramente económica, en esencia es una transferencia de propiedad de un individuo a otro u otros, ya que si el individuo A, tiene una propiedad valuada en 100 y el individuo B le aplica un tributo de 10, pasará a poseer el individuo A= 90 y el B= 10, pero la economía en su conjunto seguirá considerando una propiedad total de 100, solo ha ocurrido una transferencia de propiedad, no hubo una pérdida aparente en el total de la economía.

Fíjese que lo mismo ocurre con un robo, el ladrón que logre hurtar un automóvil, no generó pérdidas a la economía en su conjunto, solo una “transferencia de propiedad”. Pero esta situación de volverse repetitivo, generará pérdidas de eficiencia al tener que reasignar recursos para proteger la propiedad. Entonces ambas partes realizan gastos e inversiones con el objeto de obtener beneficios, el propietario del automóvil construirá muros, garajes, sistema de bloqueos, alarmas, rastreo satelital, seguro, etc., para proteger su propiedad, el beneficio será lo que se ahorra al no tener que comprar un otro vehículo en caso de que lo roben. Por su lado, el ladrón invertirá en herramientas, know how, incluso drogas para aumentar la adrenalina y realizar la acción, con el beneficio esperado de hacerse con el vehículo. Del mismo modo, cuando hablamos de impuestos, el ciudadano padecerá de pérdidas de eficiencia en el uso de sus recursos al realizar gastos adicionales en bienes no muy valorados para evitar un tributo, castigando su capacidad de ahorro, también en contadores y alguna manera de disminuir al máximo la transferencia de su propiedad. El Estado por su parte invierte en legislación, sistemas informáticos, fiscales, ministerios, etc. para imponer el tributo y lograr la transferencia de propiedad del ciudadano al Estado (Tullock, 1967).

Estamos hablando de transferencias de propiedad sin contrapartidas y los costes asociados que generan.

Tanto el propietario de una residencia como el potencial invasor poseen una curva de utilidad similar, donde en el eje Y vemos los beneficios y en el eje X las cantidades que se gastan o se adquieren. Y una curva de costo de oportunidad, que representa a otras opciones de beneficio que disponemos.

Cualquier aumento de inversión o gastos del ladrón para mejorar su industria, significa una disminución de los beneficios potenciales del propietario de una residencia, y cuanto mejor sea el servicio de policía y justicia (pagados con impuestos) y los gastos adicionales en alarmas, seguro y otros, disminuyen los beneficios potenciales del ladrón. El costo de oportunidad del ladrón sugiere que a ese nivel de esfuerzo sería mejor dedicarse a otro rubro o a otra propiedad, el costo de oportunidad del propietario suele ser, mudarse de barrio o de país.

Pero los problemas surgen cuando las personas ya financian el sistema jurídico y policial con impuestos y adicionalmente deben incurrir en gastos para proteger sus bienes, a medida que el servicio que es financiado socialmente se deteriora, aumentan los gastos privados para protegerse, que implican un uso ineficiente de recursos, y con eso cada vez resulta más costoso al propietario protegerse del saqueo y para él mismo, el propio impuesto pasa a asumir tal carácter.

Como vimos, las transferencias unilaterales generan costos sumergidos sustanciales que significan ineficiencia en la asignación de recursos. Pero, ese es un problema menor. Imaginémonos por un instante si el robo fuera legal, posiblemente desaparecerían los incentivos para generar riqueza, ya que todo excedente podría ser confiscado por otros a cualquier momento. Si no existen garantías para la protección de los derechos de propiedad, los incentivos para producir suelen desvanecerse.

Así Ibn Jaldún y Laffer ya teorizaron respecto a la aplicación de impuestos de donde se deriva la hoy famosa curva de Laffer. A medida que se aumentan los impuestos los incentivos a evitarlos aumentan, así como a medida que los servicios socializados se deterioran, también se generan incentivos para buscar medios de evitar el despojo fiscal (Laffer, 1981).

Pero el objeto de este artículo no es hablar directamente de impuestos, sino analizar económicamente ciertos comportamientos que, como veremos, nos son familiares. Es hablar de incentivos, de algunos a veces perversos incentivos.

Esto fue ya ampliamente analizado en Teoría de Juegos, la estrategia exitosa es siempre aquella en la que el sistema de incentivos permite que prosperen aquellos que no hacen trampa, hacer trampas es beneficioso a corto plazo, a largo plazo, se traduce en lo que vemos, un país que no prospera y que es un polvorín, un caldo de cultivo de mesiánicos populistas y demagogos.

Cuando vamos circulando por las avenidas principales de Asunción o Ciudad Del Este se generan largas filas en los semáforos y tenemos la opción de seguir las reglas de tránsito pacientemente con el costo de tiempo y paciencia que ello implica, o burlar las reglas y avanzar con los beneficios que ello implica. El primero intenta y avanza, eso incentiva al segundo a hacer lo mismo, otro éxito, entonces empiezan todos a imitar ese movimiento, hasta que finalmente todo se atasca y los niveles de estrés suben por las nubes. Es decir, el sistema de incentivos del tránsito nacional premia al trasgresor.

¿Y si extrapolamos eso a otros niveles? Ya que se han bautizado con pintorescos nombres, comencemos citando los sonados casos de corrupción: Los coquitos de oro, las croquetas de oro de Itaipú, los caseros de oro, los funcionarios de oro del congreso, la niñera de oro, secretarias VIP, el oro en la UNA, combustibles de oro de la policía, los viajes de oro de la asesora del TSJE, el cocido de oro, el caso perlita, y una serie de “perlitas” de aquellos que acceden a fondos transferidos en forma de impuestos. ¿Qué incentivos están generando?, o cuando se invade una propiedad físicamente hasta que el gobierno otorgue títulos? O cuando desde adentro del aparato gubernamental se reparten tierras a diestra y siniestra entre los amigos.

Entonces recordemos qué era un robo y qué era un impuesto desde la perspectiva puramente económica. Son transferencias de propiedad, si hay un gran grupo que se beneficia de estas transferencias, los incentivos que generan son perversos, por un lado, si hablamos de robo, si no hay castigo, pues todos pasaremos a querer imitar al exitoso. Si hablamos de impuestos, pues todos vamos a querer obtener también nuestro pedazo. Entonces, me doy cuenta que muchos de aquellos que exigen políticas públicas, demandan “derechos” y desean subsidios, condonaciones o privilegios, están actuando de acuerdo a los perversos incentivos que se estuvieron gestando en esta república desde décadas. No es entonces, un problema solo de aquellos que exigen más estatismo, el problema es que aquellos que se encuentran dentro del sistema de beneficios del estado, generan incentivos a que todos quieran ser parte del sistema, hasta que el flujo quede totalmente atascado y ya nadie logre avanzar, que es lamentablemente hacia donde esto se dirige.

Bibliografía:
Dubner, S., & Levitt, S. (2005). Freakonomics. Ediciones B de bolsillo.
Laffer, A. (1981). Government, exations and revenue deficiencies. El Cato Journal, 1-10.
Tullock, G. (1967). The Welfare Costs of Tariffs, Monopolies, and Theft. Western Economics Journal, 224.

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