InicioOpiniónTeoría de la elección pública. ¿Tu voto realmente vale?

Teoría de la elección pública. ¿Tu voto realmente vale?

Por Victor Ocampos.

Según Bunge, la economía está flanqueada por la sociología y la politología, basada en la antropología que a su vez se basa en la parte de la biología llamada psicología. Los economistas solemos dar mucho énfasis a la economía y en muchos casos, desvinculándola de las demás ciencias sociales (Bunge, 1985) por ese motivo abordaré este tema desde la perspectiva económica, pero sin desvincular del análisis los demás enfoques. Del mismo modo, otros pensadores como Mises consideran que la Economía es parte de un programa de estudio más amplio al que denominó Praxeología, que sería como el análisis lógico deductivo de la acción intencionada, por lo que podemos decir que la economía se manifiesta en casi todos los ámbitos sociales. En este artículo pretendo analizar económicamente el comportamiento político, y quienes han efectuado ya ese trabajo fueron James Buchanam, Gordon Tullock y sucesores, al desarrollar la teoría de la elección pública, que, como todas las teorías sociales, tiene sus críticos, pero particularmente considero muy útil.

Las relaciones sociales se desarrollan en varios “ecosistemas”, pero a efectos de nuestro análisis, podemos remarcar dos principales, el primero, aquel medio al que se denomina mercado, en el que los individuos buscando sus propios beneficios “particulares” intercambian bienes y servicios; el segundo el medio político, que hace relación a los habitantes de una “polis”, o ciudad, puesto que política sería como “relativo a los ciudadanos”.  La política sería el medio por el cual se coordinan deliberadamente acciones individuales para alcanzar los objetivos de una comunidad (bien común), éstas pueden ser políticas familiares, empresariales, barriales, municipales, estatales, nacionales o hasta planetarios. Esta coordinación se ejecuta por medio de un orden jerárquico y una burocracia organizada, y descansa en última instancia en la posibilidad legal del uso de la fuerza para hacer cumplir los objetivos diseñados por aquella jerarquía.

Para legitimar dicha jerarquía, y puesto que los individuos valoran tanto objetivos como medios, de manera distintas, el sistema democrático se basa en elecciones libres y periódicas donde se supone que la población tiene el mismo poder de decisión que los consumidores en el mercado, otorgando mediante su voto el poder político a aquellos que consideran merecedores de tal poder y éstos ejecutores de su voluntad.

El primer problema con este planteamiento radica en la idea de que en el mercado la búsqueda del bien particular es lo que conduce la acción y que en la política es la búsqueda del bien común, pero recordemos que, tanto en el ecosistema del mercado como el político, está compuesto por individuos que por lo general buscan su bien particular, por ello Ludwig Von Mises recalcaba:

“Si alguien rechaza el laissez faire a cuentas de la falibilidad del hombre y su debilidad moral, uno debe por la misma razón rechazar todo tipo de acción gubernamental” (Mises, 1986).

El modelo de la teoría de la elección pública sugiere que las acciones de los individuos están motivadas por sus intereses particulares tanto en sus actividades comerciales como en sus decisiones comunales. Por ello economizan como oferentes, demandantes, votantes, lobbistas, políticos y burócratas, buscando el máximo beneficio con el menor esfuerzo posible. Aún si el principal motor que conduce la acción de un individuo en la política no sea su egoísmo, veremos en seguida que de igual manera se suele complicar el panorama, puesto que decisiones colectivas no implican necesariamente la solución de un fallo de mercado, es decir, lo que suelen generar son fallos del gobierno, pues en definitiva no existe un “interés general” ya que vivimos en un mundo donde existe lo que Isaiah Berlin llamó “Pluralismo de valores” (Berlin, 2018). Diferentes individuos tienen valores distintos, así como intereses distintos, lo que colectivamente se traduce en una competencia de medios y fines que finalmente es la esencia de todo proceso político (Butler, 2012).

Ante esta diversidad de valores, se gestan los grupos políticos y los partidos, quienes se disputarán votos para obtener poder y elevarse en las posiciones del orden jerárquico existente. Pequeños grupos con objetivos bien determinados (Grupos de presión) suelen tener mayor influencia en la toma de decisiones que agentes con fines difusos o amplios como consumidores o “contribuyentes” (Eufemismo para pagadores de impuestos). Esto se debe principalmente a que para tomar una decisión se necesita información, y acceder a información implica costos. Mantenerse al tanto de la política implica renunciar a muchas cosas, investigar sobre los candidatos más potables también implica costes y que no se traducen en beneficio visible a corto plazo. La preferencia temporal implica que estamos dispuestos a acceder a satisfacción lo antes posible. Si tal satisfacción no parece posible a corto plazo, la mayoría renuncia a incurrir en los costes de acceso a la información. En ese contexto y a sabiendas de cómo economizan sus recursos los votantes, los candidatos por su parte también economizarán. La característica fundamental de la economía del candidato es la de invertir en los heurísticos de información, los atajos mentales como el primming, el heurístico de disponibilidad, efecto halo, etc. (Para mayores detalles sobre esto ver Daniel Kahneman – Pensar Rápido Pensar Despacio) (Kahneman, 2017), con el cual lo que se busca es suministrar a los votantes información precisa y de bajo coste, en este punto las herramientas más utilizadas son la imagen y el discurso. Un ejemplo que se da en el mercado es por ejemplo la publicidad de una gaseosa, el objetivo de ese marketing es que tu mecanismo de decisión, lo tenga como una de tus primeras opciones, cuando desees refrescarte. Lo mismo ocurre con los candidatos. 

Pero para un candidato particular le resulta costosa la inversión para conquistar su mercado de votantes, por ello necesariamente ahora entraremos ya en un análisis corporativo, pues el mercado político ya tiene “marcas” bien consolidadas en la “preferencia” de los consumidores (votantes), estamos hablando de los partidos políticos, manejar una “gran cartera de clientes” o en términos políticos, un gran caudal electoral, implica mayores dificultades para los demás competidores, un partido minoritario buscará proyectar una cierta fuerza electoral, es decir, buscará captar una porción del mercado, lo que implica la necesidad para el otro partido de mejorar su oferta a su clientela o por qué no, la “compra de acciones” del competidor. Los partidos tienen conquistado su mercado de votantes, entre ellos un mercado cautivo compuesto por funcionarios y familiares, en especial en nuestro país donde están los “contratados” quienes son parte de una burocracia “adicional” pero que se diferencia de la burocracia tradicional, pues su cargo depende directamente del “cacique”. Según Weber, el funcionario burocrático responde a la impersonalidad del Estado y el funcionario electo responde a los hombres fuertes de un partido.

“La posición del funcionario elegido ha derivado «de abajo» y no «de arriba»; o por lo menos no de una jerarquía superior dentro de la estratificación burocrática, sino de poderosos hombres de partido («caciques»), que también deciden su carrera futura” (Weber).

En el caso de los “contratados” cae en la categoría de “funcionario electo”, éstos son ya los políticos profesionales que según Max Weber viven de y para el Estado y sus posiciones se cimientan en la distribución de cargos.

Lo que los jefes de partido dan hoy como pago de servicios leales son cargos de todo género en partidos, periódicos, hermandades, cajas del Seguro Social, y organismos municipales o estatales. Toda lucha entre partidos persigue no sólo un fin objetivo, sino también y ante todo, el control sobre la distribución de los cargos” (Weber, El político y el científico, 2012).

Hasta acá nada novedoso, me imagino. Pero algo que me parece sumamente interesante en este tema de la política encontré al leer la “Teoría política del populismo”, desarrollada por Acemoglu y otros. Según la cual en un ecosistema político como el paraguayo en el que una élite política se mantiene de y para una élite empresarial y vice versa, ambos se mantienen simbióticamente entre sí, pero parasitariamente de los recursos estatales obtenidos mediante impuestos o endeudamiento que pagará finalmente el votante común. Según su modelo, se otorga la etiqueta de “populista” a aquellos que usan a menudo una retórica que defiende agresivamente los intereses del hombre común contra la élite privilegiada. Son aquellos que logran una conexión carismática con los votantes y adoptan un discurso basado en la idea de la voluntad popular y la lucha entre “el pueblo” y “la élite”.

En este marco, la retórica de políticas redistributivas suele ser exitosa, es por ello que prácticamente todos los partidos recurren en distintas medidas a ellos, aun cuando a largo plazo puedan ser dañinos a la economía en su conjunto. Recordemos que el político necesita proveer información a sus votantes y los votantes están siempre esperando beneficios a cambio de su voto. El problema radica en que una política gubernamental que apunte al mejoramiento institucional difícilmente genere un mensaje exitoso como para captar votos (la información es cara para el votante), para ello, tanto políticos buenos que adoptan la forma del político que busca políticas de largo plazo, como también, políticos malos que adoptan la forma del que acepta las regalías de los grupos de interés o que beneficien a ellos mismos, ambos en el caso de que mantenerse en el poder o seguir ascendiendo en el orden jerárquico genera beneficios superiores a los que percibiría alejándose de la esfera política, paulatinamente deberán sugerir políticas populistas, incluso el mal político, pues con políticas populistas, aumenta la cotización de su voto en contra, lamentablemente, la tendencia general es que tales políticas paulatinamente vayan deteriorando la estructura económica del país, y Sudamérica tiene muchos ejemplos de ello (Acemoglu, Egorov, & Sonin, 2013).

La preferencia temporal tanto en los políticos como en los votantes induce a los primeros a la búsqueda permanente de generar información visible para los votantes, pues en un plazo de 4 a 5 años deben asegurarse la continuidad en algún cargo público, esto conduce a los políticos “buenos y malos” a crear rimbombantes obras de gobierno, todos ellos arcados con erario público, otros con menos reserva moral, sienten la urgencia de recuperar la inversión realizada para ocupar dicho cargo, con todo lo que eso significa.

Los votantes por su lado, también bajo influjo de la preferencia temporal prefiere resultados inmediatos o se deja llevar por los sesgos de disponibilidad. Esa urgencia se manifiesta cuando los votantes consideran que un beneficio instantáneo, aunque efímero tiene mayor valoración que una derogación de alguna ley que restringe sus libertades. Ejemplo de ello son por ejemplo la ayuda que algún político hace a una familia con necesidades, por decir, unos remedios caros, con eso, todo el barrio recibe la información de que ese candidato merece su voto. Eso demuestra que la gente prefiere ese beneficio palpable e inmediato que esperar que un político cumpla su promesa una vez electo. Lo interesante es que cada vez resulta más caro generar ese tipo de información.

Pero otra gran parte de votantes consideran que otorgar su voto no implica costo alguno, es decir, solo implica el costo de renunciar al ocio un domingo cada dos años, y su toma de decisiones se explica con la teoría de las perspectivas (Kahneman, 2017) que propone un patrón de cuatro “cuadrantes” que sugieren:

  • Las personas sentimos aversión al riesgo cuando existe una gran posibilidad de ganar y una muy pequeña de perder. Como en el caso del Covid19, para estar tranquilos un 95% de posibilidades no son suficientes y necesitamos la certeza absoluta. Por eso estamos dispuestos a aceptar una propuesta desfavorable a cambio de no experimentar el riesgo.
  • Ante una posibilidad pequeña de obtener una gran ganancia (5%) las personas estamos dispuestas a aceptar un riesgo y rechazar una opción más favorable. Ésta es la razón por la que la lotería es un negocio de éxito: no nos importa pagar dinero a cambio de una pequeña posibilidad de ganar un gran premio. No nos importa entregar nuestro voto que cuesta poco, a cambio de la promesa de grandes cambios nacionales, aunque las posibilidades que se materialicen sean ínfimas.
  • Ante una pequeña posibilidad de una gran pérdida las personas estamos más predispuestas a evitar el riesgo debido al temor que nos provoca ese desastre. Aceptamos una opción desfavorable a cambio de respirar tranquilos y evitar el riesgo, por poco probable que éste sea, es decir, votar siempre por el mismo partido o por el statu quo.
  • Ante una alta probabilidad de una gran pérdida estamos dispuestos a aceptar el riesgo para intentar evitarla, aunque la probabilidad de éxito sea muy baja y las consecuencias sean aún peores. Votar por algún mesiánico.

Con esto, espero haber abordado el tema con las pinzas que requiere, y haber generado al menos algún cuestionamiento sobre cómo cada uno de nosotros abordamos este tema y tomamos nuestras decisiones.

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