Marzo Paraguayo: esperanza y decepción
El asesinato del vicepresidente Luis María Argaña el 23 de marzo de 1999 prendió la mecha de un escenario político que desde tiempo antes ya estaba a punto de explotar. En 1998, ni bien asumió el poder, el presidente Raúl Cubas Grau (ANR) había cumplido con una de sus principales promesas de campaña: liberar a Lino Oviedo, quien debió ser cabeza de la chapa presidencial colorada, pero quedó inhabilitado al ser condenado a 10 años de prisión por una intentona golpista de 1996.
Esto generó que se impulsara un juicio político contra Cubas. El magnicidio de Argaña habría sido en respuesta a una inminente asunción al poder del mismo, lo cual hubiera significado el procesamiento y encarcelamiento de varias figuras políticas. Ni bien se dio el hecho, la opinión popular y la mayoría de los sectores políticos señalaron a Lino Oviedo como autor del magnicidio. Y ese mismo día, se fue concentrando gente en las inmediaciones del Palacio de López y del Cabildo; se exigía la renuncia de Cubas Grau y cárcel para Oviedo.
Democracia era la palabra clave: tan solo habían transcurrido 10 años desde la caída de la dictadura, y el frágil sistema político paraguayo volvía a sufrir un golpe durísimo. Bajo la etiqueta de “manifestantes por la democracia” se logró juntar una variedad de actores pocas veces vista: opositores, argañistas, universitarios y también una gran masa campesina que coincidentemente se encontraba en la capital, convocada por la FNC.
La convocatoria fue creciendo, y la violencia también: el viernes 26 de marzo, francotiradores abrieron fuego contra los manifestantes, ocasionando la muerte de 8 personas, todos jóvenes en la franja de los 20 y 30 años de edad. El clima era de inminente guerra civil, hasta que finalmente el domingo 28 Cubas Grau renunció y partió al exilio, al igual que Oviedo.
Los hechos del Marzo Paraguayo fueron vistos como una gran gesta ciudadana, un logro de la voluntad popular movida por la indignación. Se infundió un aire de esperanza que, sin embargo, fue diluyéndose rápidamente ante la persistencia de las viejas prácticas de la política: tan solo un año después el presidente Luis Ángel Gonzalez Macchi, quien había asumido ante la vacancia del poder, era abucheado por la multitud en un acto en memoria a la gesta y las víctimas.
Los asesinos de los manifestantes quedaron impunes. En cuanto a Argaña, se condenó a los autores materiales del magnicidio, no así a los morales. Lino Oviedo murió en el 2013, libre de todo proceso judicial: fue sospechosamente absuelto en sus diversas causas en vísperas de las elecciones presidenciales del 2008, lo cual fue considerado producto de un pacto político. Aún así, la pequeña victoria de marzo en la plaza quedó en la historia, y el mensaje claro: la defensa de la democracia y el rechazo a la sangrienta política militarista y golpista de antaño.
31M: el Congreso en llamas
Otra amenaza a la democracia, otro estallido en respuesta. El entonces presidente Horacio Cartes impulsaba una enmienda constitucional para permitir su reelección en el cargo. No era la primera vez que un jefe de estado en Paraguay coqueteaba con ello: virtualmente todos los presidentes electos en el siglo XXI lo habían hecho en algún momento. Sin embargo, Cartes fue un poco más lejos: en una sesión ilegítima, senadores cartistas y luguistas aprobaron un proyecto de enmienda. Se reunieron de forma paralela, sin la presencia del presidente del Senado, Robert Acevedo. 25 senadores, en una pequeña oficina, buscando alterar nada menos que la Constitución.
En reacción, ese mismo día 31 de marzo del 2017, manifestantes contrarios a la reelección tomaron primero la plaza del Cabildo y luego la sede del Congreso. Al poco tiempo, un incendio fue iniciado y terminó consumiendo la mayor parte del edificio del congreso. Fuertes actos represivos se iniciaron en todas las inmediaciones, uno de los cuales derivó en la muerte del joven liberal Rodrigo Quintana. Cartes renunció a regañadientes a sus aspiraciones de reelección y Diputados finalmente rechazó el proyecto.
Las coincidencias con los hechos de 1999 son varias. La muerte de Quintana sigue impune (¿quién dio la orden?) y el deseo de cambio de una parte de la población no logró ser gravitante en las urnas. No obstante, así como en el Marzo Paraguayo, el 31M también tuvo su mensaje claro de rechazo a viejas costumbres; en este caso, ajustar las leyes y la Constitución para intereses particulares.
5M: La corrupción no se “quedó en casa” en la pandemia
El contexto en 2021 es muy distinto al de 2017 y al de 1999, sin embargo, para nada es menos grave. Esta vez, la crisis no es local, sino global, y no tiene fecha de caducidad. Ya no se depende de un gesto o de un cambio de nombre para destrabarla, se necesita buena gestión y planificación. Marzo del 2021 marca un año de la pandemia del covid-19 y a la vez su momento más crítico en Paraguay.
A comienzos del mes, hubo protestas de enfermeros y familiares de pacientes con covid, quienes denunciaban falta de insumos en la red sanitaria pública. A esto se sumó la denuncia de la venta de fármacos de IPS en farmacias privadas y la indignación por la falta de vacunas. El 5 y 6 de marzo, en lo que fue la primera gran movilización post pandemia, hubo manifestaciones frente al Congreso, la sede de la ANR y Mburuvicha Roga.
El primero en caer fue el ministro de Salud Julio Mazzoleni, quién al inicio de la pandemia fue festejado ingenuamente casi como un héroe cívico, por su política de cuarentena estricta. A él le siguieron 3 miembros más del gabinete del presidente Mario Abdo Benítez, sin embargo, no se lee ninguna reacción de alivio en los insatisfechos por la paupérrima gestión de la pandemia. Se pide la cabeza del presidente, y por las condiciones mismas de la crisis, el final está más abierto que nunca. Ipuku marzo…