Al llegar al lugar, el profesor me recibe con choques de puños, el saludo característico de la pandemia. Rápidamente me doy cuenta de dónde está su huerta, por la enorme bandera azulgrana que ondea atada a un poste del terreno. Él toma la delantera y me guía hasta el lugar, que está ubicado exactamente frente a su casa. Abre el cercado y allí, rodeado de su trabajo, comienza a contarme sobre los orígenes del proyecto.
“Estuve reemplazando a una profesora a inicios de este año, pero después llegó la pandemia y no tuve nada que hacer. Le hablé a la dueña de este terreno y me dio permiso de limpiar y de instalar mi huertita. Empecé con poquito nomás y como me sobraban muchas semillas, fui agrandando. De a poco ya estoy agarrando todo el patio. La pandemia es lo que impulso que yo y mi familia nos reinventáramos”, comenta sobre el radical cambio.
“Estamos plantando un poquitito de cada cosa: cebolla morada, tomate, lechuga, cebollita, frutilla, remolacha, albahaca, perejil, zapallo. Tengo acelgas también, que son gigantes; locotes, lindos locotes rojos”, enumera orgulloso, a la vez que recorre la huerta, observando cada planta, procurando no dejar de mencionar ninguna.
“Es para consumo familiar y para la venta. Los primeros tres meses de la pandemia no logramos ver todavía los resultados, las plantas estaban creciendo, pero después sí, ya se convirtió en una fuente de ingresos. Empecé el 30 de abril, día del maestro. Desde ahí hasta ahora no estoy parando”, indica.
“Estoy acá de seis a seis. Totalmente voluntario, nadie me apunta con una pistola para venir a la huerta”, señala entre risas. “A las 5:30 pongo mi despertador, me levanto, me aseo y ya le digo a mi esposa que vengo acá. Solo falté tres días, porque me fui de viaje, entonces le puse de reemplazante a mis hijas, ellas me ayudaron. Desde el inicio de la pandemia hasta ahora, estamos con toda la fuerza”, relata.
La huerta colabora además con traer productos frescos y seguros a la mesa de su casa y la de sus clientes: “Usamos estiércol como abono, nada de químicos, porque nos alimentamos de esto. Quisiera que la gente venga a ver mi huerta, ver qué le gusta y llevar algunos productos, porque es todo limpio, todo natural”.
En cuanto al nombre de su proyecto, fue idea de su hijo. Al principio se llamaba “La huerta del profesor Virgilio”, pero después instalaron la bandera de Cerro y se convirtió en “La huerta azulgrana”. Al respecto, él dice: “¿Y por qué te parece que se llama así? ¡Azulgrana campeón! Soy cerrista de cuna y hasta la muerte”, comparte, con una sonrisa en el rostro.
Acerca de cómo el clima duro de este año afectó a sus vegetales, refiere: “El sol es muy fuerte ahora. En invierno era el principal benefactor para las plantas, pero ahora ya perjudica un poquitito, seca las plantas, porque ya es mucho el calor”. Junto a esto, agrega que no tuvo demasiadas dificultades en el proceso, pero que de vez en cuando recibe algunas visitas inesperadas: “Caracoles suelen venir a entrar entre las plantas. Muchos caracoles. Pero tuve suerte hasta ahora, porque no afectó tanto a mis cultivos”.
Sobre el futuro de esta actividad, Virgilio sabe que quiere continuar hasta donde se pueda: “Pienso seguir todo el tiempo que la dueña me permita. Me gusta estar acá, trabajar. Es muy relajante para mí”, cuenta.
Cuando le consulto sobre su edad, declara “Tengo 25 años”, pero luego ríe y continúa, “No, en serio, tengo 60 años y este 27 de noviembre cumplo 61 años. Estoy siempre fuerte. Trabajo todavía como profesor de educación física, entrenando a chicos que quieren progresar en el deporte. Estamos sirviendo siempre a la sociedad”.
Finalmente, lanza un mensaje: “A mis exalumnos, a mis amigos: vamos a dedicar nuestro tiempo también a plantar, a tener una huerta. Es muy relajante, da vida. Yo digo siempre: no es de balde que a gente gusta mucho del dólar, porque ve los verdes”, exclama entre risas.
Todos los interesados en adquirir los productos de La huerta azulgrana pueden contactar con Virgilio Benítez al 0973713809.