La patria llegó al fin de un largo y tortuoso camino de años bañados en sangre de sus hijos. El 8 de febrero de 1870 el Mariscal López llegó al lugar que sería escenario de la última resistencia, a orillas del río Aquidabán. Ninguna posibilidad existía de detener la ofensiva brasileña. Las disposiciones finales para la defensa de su último campamento eran las únicas que permitían los recursos que le restaban: menos de 500 hombres, una buena parte de los mismos imposibilitados de luchar, algunos pequeños cañones y todos los fusiles ya completamente inutilizados, prácticamente sin municiones, y lanzas, muchas lanzas.
Con los escasos soldados no pudo mandar construir trincheras como en Itá Ybaté o Azcurra, y solo pudo valerse de ellos para guardar los dos únicos accesos al campamento, en lugares donde la naturaleza se prestaba para la defensa. El listado confeccionado por el coronel Panchito López registró 470 hombres de todas las edades, todos debilitados por el hambre y la enfermedad. Desde el inicio de las hostilidades, Paraguay enroló más de 100.000 hombres, quedaban 470 en pie. Contra ellos, semanas después, caerían más de 10.000 soldados brasileños.
El 25 de febrero de 1870, con el propósito de levantar la moral de su escasa tropa en Cerro Corá, el Mariscal López confirió la Medalla del Amambay:
“El ciudadano Francisco Solano López (…) queriendo dar un testimonio público de honor y de justicia a los beneméritos defensores de la Patria, que con abnegación ejemplar y patriótica virtud hicieron la campaña de Amambay, cruzando 2 veces la sierra de Mbaracayú.
Decreta: Art. 1º – “Acuérdese una medalla conmemorativa a todos los ciudadanos que llevaron a cabo la campaña de Amambay”.
Art. 2º – La Medalla de Amambay será oval (…) con la estrella nacional realzada en medio con la palma y oliva abajo y la inscripción circular de “Venció penurias y fatigas” en la parte superior del anverso…”
El decreto además estipulaba que la medalla debería ir pendiente de una cinta de color anaranjada, orillada con rojo. Esto último fue lo único que pudo repartirse simbólicamente entre las dispersas fuerzas paraguayas.
A esas alturas, los hombres del Mariscal, acompañados por cientos de mujeres y niños, habían vencido más a la naturaleza que a los brasileños. Recorrieron cientos de kilómetros en medio de diluvios, ríos y pantanos, en selvas casi impenetrables, sin caminos, por una región llena de precipicios y quebradas, contra enfermedades, cansancio y el hambre.
Juan Francisco “Panchito” López, hijo del mariscal, levantó el listado de los últimos defensores de la patria. Solo contaban con 8 batallones de infantería y 6 regimientos de caballería, las otras unidades habían sido destruidas. Se contaba además con 16 cañones con sus dotaciones en proyectiles. Los batallones de infantería sumaban 186 hombres y los regimientos de caballería alcanzaban 145 hombres. A estos infantes y jinetes se sumaban 42 artilleros, 17 oficiales de estado mayor y 80 soldados sin afectación precisa. Sumaban 470 combatientes de todas las edades, todos debilitados por el hambre y la enfermedad.
Era tanta la carencia que algunos testimonios señalan “una mortandad diaria de 10 a 12 personas entre mujeres, soldados y niños a causa de las penurias y el hambre”. Aunque en el amanecer de aquel día, la tensión por el inminente ataque puso alguna pausa a las angustias.
Última fotografía conocida de Francisco Solano López, a semanas del final.
Bien temprano en la mañana del primer día de marzo de 1870, el Mariscal recibió la visita de un cacique Caainguá que le ofrecía seguridad en sus dominios, de acuerdo al testimonio de Juansilvano Godoi.
Fue cuando recibió el aviso de la presencia de los brasileños hacia el Aquidabán. Entonces preguntó a su interlocutor a qué hora llegarían, quien respondió que sería como a las 11 de la mañana. El Cacique le hace una oferta: “Jaha Karaí, nandétopái chéne jepe los camba ore apytepe” (‘vamos, señor: no darán con usted los negros junto a nosotros ’).
López agradece y declina el ofrecimiento, pues le comunica luego a sus oficiales, algunos de éstos sobrevivientes, que su destino ya estaba marcado y que no estaban hechos para huir, que era preferible morir que dejar que el ejército invasor regara esos terrenos de sangre sin oponer resistencia. Había empezado la persecución al Mariscal.
Una tropa brasileña de aproximadamente unos 4500 soldados bien pertrechados persiguió y arrinconó a la desfalleciente y mal armada hueste de unos 409 combatientes paraguayos, entre ellos inválidos, ancianos, mujeres y niños. Algunos afirman que López intentó tragarse un retazo de la bandera paraguaya antes de que lo encontraran, para evitar que fuera deshonrada.
El último paraguayo que lo vio con vida, Silvestre Aveiro, relata: “Cuando yo me retiré como a ocho pasos empezaron a salir los infantes brasileños a la orilla del arroyo, e inmediatamente nos hicieron fuego. Yo me subí al barranco y me senté al pie de un matorral, cuando el General Cámara apareció por donde habíamos entrado, dando la voz de: ‘¡Alto el fuego!’ Se echó conforme venía en el arroyo, a pie”. Aveiro ya no pudo ver lo que sucedió en ese momento.
“La muerte del Mariscal López” de Adolfo Methfessel.
El general Cámara lo refiere parcialmente: “…En esta posición lo encontré, cuando a pie seguí sus huellas. Le intimé a que se rindiera y me entregara su espada, que yo le garantizara los restos de su vida, y que yo era el general que mandaba las fuerzas. Por contestación me alargó una estocada. Entonces mandé que un soldado lo desarmase, lo que fue ejecutado al mismo tiempo que exhalaba el último suspiro, librando de la tierra a un monstruo, al Paraguay de su tirano y al Brasil del flagelo de la guerra”.
Este “parte oficial” que indica que López habría muerto como consecuencia de un simple forcejeo, suscitó alguna incredulidad y las acusaciones de asesinato obligaron al general brasileño, a realizar varias aclaraciones hasta 10 años después del incidente.
La declaración que hizo al “New York Herald “el 20 de junio de 1870, decía cuanto sigue: “… Todo es falso. No fue ni pudo ser ni por manos de mis distinguidos compañeros de armas ni mucho menos por las mías. Debo a mi honor como soldado, a mi nombre y a mi país, a la historia y a mi conciencia declarar con fidelidad que el Mariscal López murió lealmente y posesión completa de sus sentidos. Cuando me agaché para tomarle la espada de su mano hizo un movimiento para herirme, gritando con firmeza y arrogancia: ‘Muero espada en mano por mi patria’ (López dijo: Muero con mi patria). Entonces ordené a un soldado del batallón 9ª que le desarmara y en esta lucha expiró sin recibir nueva herida”.
A pesar de su juramento y de su “honor de soldado”, lo cierto es que, ofendido e indignado, el general Camara ordenó a sus hombres, “Maten a ese hombre” y uno de ellos le descerrajó un tiro de rifle a quemarropa directo al corazón.
La autopsia practicada al Mariscal Francisco Solano López por dos médicos del ejército brasilero está fechada 25 de marzo de 1870, y lo más resaltante que destaca el documento que se guarda en el Archivo Nacional de Asunción hace referencia a tres heridas:
1. En la cabeza, no revestía mucha gravedad.
2. En el vientre, que afectó los intestinos y la vejiga. Herida muy grave que le hubiera costado la vida en escaso tiempo.
3. El tiro de gracia.
López con la mitad del cuerpo en el agua, desangrándose, y sin posibilidad de hacer ningún tipo de defensa, es rematado por la espalda con un disparo de fusil spencer. El examen dice que la bala entró y no salió del cuerpo.
Su figura a 151 años de aquel suceso sigue dando de qué hablar. Luego de la guerra, un gran grupo de personas en el país buscó reivindicarlo desde principios del siglo XX. El punto de inflexión definitivo fue el 24 de julio del año 1926, con manifestaciones multitudinarias en Asunción y en varias ciudades del país. Ese día Paraguay conmemoraba el centenario del Mariscal (aunque persiste el debate de que si nació en 1826 o 1827). El discurso de quienes acompañaron a los invasores en 1869 perduró durante 30 años, prácticamente sin resistencia, y tuvo sus primeros detractores entre los veteranos paraguayos.
Sin embargo, la reivindicación oficial llegó con Rafael Franco, quien por decreto N° 66 del 1 de marzo de 1936 canceló las expresiones que censuraban a López y lo declaró héroe “sin ejemplar”. Sin lugar a dudas, López sigue siendo la figura más polémica de nuestra historia.
((Esta nota no hubiera sido posible sin el arduo trabajo del historiador Fabián Chamorro, quien desde su cuenta en Twitter detalla todo esto y más sobre la historia del Paraguay, además de la obra de Jorge Rubiani))